Decir que una película es más que una película para uno me resulta algo obvio, pero si el punto de partida es que no la consideramos una película, entonces es distinto. Y no se trata de que sea más, sino tal vez… otra cosa.
Por este tipo de motivos sobra aquí el año de realización, el productor, o cualquiera de esos detalles que más que hablar entorpecen. Este Profondo no es “ Profondo Rosso”.
Es el año 1991 y una joven Aurita cumple ese 8 de abril 15 años. Le pide a su madre que le deje ver esa película de terror que dan por televisión y la madre accede. Deben ser las once de la noche. Aurita se acomoda en el sofá de piel color granate y empieza la maravilla.
Retrotraerme a ese momento constituye en parte una trampa deseada. Pero no importa tanto la exactitud de los recuerdos como el vaivén del vértigo de aquellas sensaciones. Si me despojo de posteriores análisis y vivencias, puedo volver a percibir aquel asombro y también aquel reconocimiento.
Porque mi experiencia con “Deep Red” no sólo se alimentaba de la maravilla ante lo extraño, sino que, más allá, y por primera vez, me hablaba o reflejaba un mundo que yo ya intuía y que llevaba marcado a fuego en mi ser. Podría hablar de colores, de sensaciones, incluso de olores, pero no les transmitiría convenientemente el instante revelador de “Profondo Rosso” como puerta a una parte del mundo interior, el paraíso que vive en mí y que me emociona más que las horas del día.
Yo ya conocía aquello, formaba parte de mí. Ya había estado en el pasillo forrado de cuadros ovales, mi sangre se movía al escuchar la nana infantil, esos dibujos eran míos, eran mis trazos aquellos. Y el mal, ese era el mal que atraía mi pequeña alma hacia cortinas abombadas, mecidas por un viento desconocido.
He buscado “Profondo Rosso” muchas veces. Me acerco al cine como un insecto ávido de sangre, sedienta de flashes que abran nuevas puertas de mi enigma entrevisto en sueños. A veces consigo vislumbrar una luz roja parpadeante que se asoma unos segundos. Una imagen frágil que se resiste y que cuanto más te esfuerzas, antes se desvanece. Ante la pantalla demoníaca hay que dejarse ir, florecer y diluirse, tensarse y desmayarse.
He visto. He visto en algunas de esas “películas” lagos sin fondo en los que mi alma se anega y renace. He encontrado el reflejo de mi mirada.
Los segundos engullidos, encontrados, revelados, son las piedras preciosas del otro lugar. Los he perseguido por largos pasillos y se me desvelan tan pocos ingenios nuevos.
Podría quedarme aquí, pero voy a ir más allá. Un punto de conexión que no pretende dar información sino añadir un elemento más.
No se como ven otras personas “Profondo Rosso”, pero se que mis ojos se abren a ella desde la perspectiva católica de los rezos escolares, con toda la liturgia y pompa que arrastra
La sangre es eucarística y las revelaciones de Marc acerca de
Yo también me coloqué frente al espejo delante del cuadro, y reconocí mi rostro como el del asesino. El túnel hacia mi misterio se mostraba ingenuo y risueño, con la alegría de una melodía infantil que se transforma en la grabación de una pesadilla.
Yo también estuve allí: