viernes, octubre 15, 2010

La Dama del Antifaz


Faltan algunas páginas en el libro, en su lugar, en lugar de la página 60 aparece la 45 y en lugar de la 61, la 28, como si este juego hubiese sido destinado a entretener el frío de mis manos. Y debo decir que no he escatimado recursos en adornar las lagunas literarias que ocasionaron las páginas ausentes, aunque mi primer impulso fuera abandonar la novela.
No hay mucho que reseñar de las últimas jornadas. No compro nada. No me caso con nadie. Espectadora de retratos y de series sobre adolescentes. Hago collages con las páginas de las revistas. Busco en el nuevo esmalte de uñas ese nombre evocador que me transportará en un instante al color imposible, al escenario de los disparates. A veces, y lo digo con desesperanza, sólo es un número, por ejemplo, este verde pálido, ahogado, es el 32, y necesito, como mínimo, un lazo en el cabello, para lograr sacar algo de ahí.
Mis manos necesitan mantecas de almendras y unos guantes tan ajustados, que el sastre tenga que tomar las medidas cosiendo sobre mis manos. Fantasías que sólo compartiría con Robert de Montesquiou. Compondré para él un libro sobre las hortensias azules, touché, y sobre las magdalenas amargas de limón. Es el arte de aparentar.