La diosa se encarnó en Marjorie Cameron. Es un lapso de tiempo que subsiste de su permanencia aquí. Aunque falso, es una de las pocas pistas que nos permiten indagar, con espíritu de cazador de mariposas, en las habitaciones de Marjorie. Reconozco que investigar, de por sí, es uno de los mayores placeres que encuentro al hallar viejas imágenes, postales caducas, con un color y aroma muy distintos a los que distingo en esta nueva Edad del Bronce. Es una debilidad por rescatar pétalos olvidados en los libros, en los míos… y también en la colección de un extraño.
Marjorie permanecerá como un enigma. Sin las fotografías de la infancia que mostraban a una chiquilla pelirroja ensimismada en el patio trasero, con la común iconografía infantil de flores diminutas, columpios y fuentes. En su caso el pozo familiar era la entrada al infierno. Había nacido en mitad de una tormenta de rayos. Y su abuela creía que era hija del diablo.
Pero fuere como fuere, pese a las poderosas visiones, Marjorie fue y sigue siendo, más un deseo que una mujer, aunque la vistieran de Escarlata. La aureola de mito la petrificó, como sucede con aquellos que pactan con el diablo para obtener la remanencia. Ella no podía sino sobrevivir en el éxtasis inmóvil. Hubiera dado todo por desintegrarse en un yo más poderoso que el suyo. En claudicar en una abstracción violenta para arrebatar a un soberano que no era suyo.
Si la diosa se encarnó en Marjorie no lo sabemos, no podemos remover las cenizas esperando que surja entre ellas una figurita danzante, que lo explique todo. Hay imágenes imprecisas, de nuevo deseos o fantasías, pero apenas un atisbo de veracidad. Los filtros de los fotogramas enmascaran los rostros, la transformación continua de lo que no existe nos distrae de lo que pudimos hallar.
Marjorie era un talismán, y como tal, sólo podemos ser espectadores de sus quiméricos brillos.
1 comentario:
Fascinante...
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