lunes, noviembre 03, 2008

El Sueño de Polífilo


LUCHA DE AMOR EN SUEÑOS DE POLÍFILO,

DONDE SE ENSEÑA QUE TODO LO HUMANO

NO ES SINO SUEÑO Y DE PASO SE

EVOCAN DE UN MODO EN

VERDAD ELEGANTE

MUCHAS COSAS

DIGNÍSIMAS


El Sueño de Polífilo es una de las obras bibliófilas más bellas del Renacimiento. Tan sólo celebrando sus xilografías el devoto seguidor podría extenderse en peroratas interminables sobre la infinidad de detalles en apariencia irrelevantes que logran que se pierda durante horas en la amable consecución de un pie o en el diseño graciosísimo de un motivo de decoración floral.

La delicadeza y el exceso de la obra subyugan a partes iguales. Su delirio y sofisticación. Quien resuelve penetrar en los laberintos de “El Sueño” debe abandonar su patria y sus recuerdos, por muy bienamados que le sean. Abrirse a los Otros Mundos, como hacemos cada vez que nos encontramos ante una puerta que nos reclama que la abramos, sea en la prosa de Lewis Carroll, en la obra fílmica de Jean Cocteau o cualesquiera otros reinos de la fantasía de los que sea -o sean- devotos.

La Fantasía. Se trata de olvidar pasajeramente el entorno y trasladarse al lugar en el que los acontecimientos y formas son conformes con nuestro paraíso interior. En el caso del Sueño de Polífilo, un recorrido agreste por senderos infrecuentes, arquitecturas visionarias, hembras hermosas hasta el dolor y visiones y más visiones, en ocasiones perturbadoras, en otros casos dulces como un brebaje almibarado que no se agota jamás de su recipiente.


Este ensueño no se lee, ni se ojea, diría más bien que se saborea, siente y goza des del punto de vista más sensualista. Asombra la fisicidad de la obra, la inmediatez de sensaciones y vivencias, como si de la mano de Polífilo fuéramos sorteando nuestras propios engaños en busca de lo más sagrado de nuestro misterio… en busca de Polia.

Alegoría del amor, obra de iniciación alquímica, relato erótico, tratado erudito o compendio de saberes de lo más variopinto. El Sueño se presenta placentero y colmado de dichas y escarmientos.

Para los que quieran probar su sabor dejo unas cuantas líneas:


“Sentados aquí juntos entre las olorosas y primaverales rosas y flores, tenía yo mis ojos muy abiertos y clavados fijamente con gran amor en esta imagen celestial, con todos mis sentidos ocupados en aquella forma tan bella, rara y divina; y me volvían, aunque más agradables, los ardientes y torturadores impulsos, en los que mi alma se derretía de dulzura, hallándome como loco y completamente ansioso y extrañado de por qué razón la preciosa carne de la gordezuela muñeca de la mano de ella, cuando yo la tocaba se convertía en purísima leche y desaparecía de ella el licor purpúreo durante algunos momentos; también me admiraba el arte con que la maestra naturaleza había esparcido en este hermoso cuerpo todo el perfume de Arabia y había fijado la parte más bella del cielo, es decir, la esplendorosa Heraclea, en su frente estelar, cubierta de rizos de oro.

Luego, dirigiendo la mirada a los hermosos y pequeños pies, admiré aquellos zapatos rojos, muy tensos sobre el marfileño empeine, con los bordes en forma de luna y una abertura sinuosa, estrechamente atados con ganchitos de oro y cordones de seda azul, instrumentos aptísimos para quitar la vida y martirizar más el inflamado corazón. Enseguida volvía mi mirada lasciva a la recta garganta rodeada de perlas orientales, no distinguiendo bien la blancura de una y otras; y descendía al brillante pecho y delicioso seno, donde sobresalían dos redondos frutos que hinchaban obstinadamente el vestido, tales como sin duda no los recogió Hércules en el jardín de las Hespérides ni los vio Pomona en su cesto. Estos, blanquísimos, estaban colocados en el rosado pecho como la nieve en la estación de Orión en su ocaso, bajo el cuerpo de pez del plácido monstruo de Pan. Entre ellos miraba con voluptuosidad un delicioso vallecito donde se hallaba la delicada sepultura de mi alma, como no la tuvo Mausolo con todas sus riquezas. Ocupado en esto y con el desgarrado corazón consciente de que los ojos, arrastrándolo a cualquiera de aquellas partes lindísimas, le hacían morir, no podía yo refrenar los suspiros amorosos y ardientes ni reprimirlos tan secretamente que no pudieran oírse.

Por esta circunstancia, ella, excitada y sacudida inmediatamente por el contagioso amor, volvía hacía mí sus miradas dulcísimas que eran envidia del sol, y yo sentía extenderse por mi cuerpo un incendio irritado que se difundía con gran comezón por mis partes bajas e íntimas y luego por todas mis venas. La contemplación continuada de sus nobles e insignes bellezas, hacía que se acumulara en mí una meliflua suavidad y un dulce placer; pero algunas veces, atacado por un apetito desordenado e insaciable y gravemente oprimido por una fogosa e inoportuna excitación, rogándole secretamente con tiernas palabras llenas de peticiones suavísimas y vehementes, deseaba en silencio sus besos sabrosos, húmedos y dulcísimos y su lengua jugosa y vibrante como una víbora, imaginando sentir la extrema dulzura de sus labios sabrosos y pequeños, respiradero de olorosas brisas y de perfume de almizcle de fresquísimo aliento, e imaginaba entrar en el tesoro escondido de Venus y que allí, como un ladrón, inspirado por Mercurio, robaba las preciosísimas joyas de la naturaleza”.


3 comentarios:

Möbius el Crononauta dijo...

Oh tiempos, oh pechos, sueños así quisiera yo para mí.

Saludos, diosa de la Toscana

fcnaranjo dijo...

La gran Pilar Pedraza se hizo cargo de la edición de Acantilado.

Anónimo dijo...

delicioso :)