Porque la intención que no logramos comprender es el anzuelo más poderoso. Porque una sonrisa aislada se convierte en el arma silenciosa que nos coloca al borde de una altura imprevista. Y la respuesta más simple: porque una bella muerta de la que poseemos el retrato se erige sin duda en la dueña de nuestros desvelos e inspiración.
Por todo ello la “Desconocida del Sena”, rodeada de las brumas de un segundo nacimiento, se ha convertido en el alma gemela de los amantes de lo oculto. La cara sin nombre, sin públicas vivencias, capaz de invocar la paz y el olvido de las almas enfermas, con la facilidad que otorga el no decepcionar jamás el Ideal.
Descúbranse como los descubridores de la ahogada adolescente, como el asistente médico que quedó prendado de su belleza y a quien le fue imposible no inmortalizar su efigie. Hay varias historias que escriben la leyenda. Una mujer sin nombre aparecía reproducida en los muros de los hogares a partir de 1900, y una legión de artistas se la adjudicaban, pujando por reproducciones de la mascara original para apropiarse del enigma. Para trazar su propia debilidad, desvelándose en fantasías moribundas.
Desapruebo quien pretenda apropiarse de la paternidad o comprensión de la parisiense. Ignoro el porqué del exhibicionismo de la máscara fúnebre. Quien contemple el retrato de un difunto debe conservarlo en un lugar que dignifique a ambos y su muda comunicación. Tal vez de ahí se desenrollen nuevos hilos.
Mientras, cuento los centenares, millares, de reproducciones de ‘los muertos’. Veo hacia donde van, en procesión interminable hacia la consecución de su propio retrato en luto. Y me pregunto por qué todos llevan la máscara del mito anterior en lugar de la suya.
2 comentarios:
Ay, la mujer muerta...
qué bueno.
saludos
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