El primer truco apreciable es hacerla descender a un sótano oscuro desde la languidez de la “soir blue” de Saint-Tropez. La bella procede a bajar los escalones, con balanceos de desidia y de caprichos frugales. Toda ella es un tormento, remembranza de las olas que la exhibían mojada a pleno sol, con el pelo revuelto.
Indiferente a que la miren, o deseosa. Su mirada no desafía, sino que permanece subterránea, como el fondo que la dibuja. Inasequible, actuando sumisa, como un autómata, aunque el fuego la consuma, aunque el brote de fiebre se excite a punto de revelarse. Juliete parece acoger aires de timidez mientras se muerde el pulgar, acaso nerviosa, pero cualquier movimiento puede accionar su fatalidad.
El segundo truco son acaso sus pies descalzos, la vulnerabilidad que suponen, y esos planos generales que la encuadran en medio de un espacio que se antoja asfixiante, húmedo y sin ventilación. Una jovencita sin acompañante masculino que se adentra en la oscuridad del bar, huyendo, sin conciencia de su perturbador poder. Rodeada de extraños que la enmarcan desde todos los ángulos. Brigitte empieza a bailar.
Y de repente grita, y al momento se ha olvidado tal vez incluso de porqué está allí. Sólo existe la llamada insistente de las percusiones, el calor de la música que gobierna su grácil cuerpo. La chiquilla se agita y se retuerce, poniendo en evidencia la maravilla naciente de cada parte de su cuerpo. El florecimiento del ímpetu de su juventud. Esquivando cualquier obstáculo que la aparte de
El tercer truco es adorar sus piernas sobre un suelo ajedrezado, detener cada movimiento en la rapidez del frenesí. Capturar la inefabilidad de la corriente de efluvios que desprende su danza. La misma danza que sesgó el cuello de San Juan Bautista. La que lleva en sí la ruina de los deseos que no se subliman. La lujuria de los hombres detenidos, como estatuas, rodea a la diosa rubia imponiendo su propia violencia, mezclándose con la furia del mambo.
Crece la intensidad del ritmo, del desenfreno, y las caderas se mecen en movimientos sincopados, hasta que el arma aparece reflejada en el espejo y los designios de la providencia se muestran con toda la claridad de su magnitud. Como en los juegos crueles de la vida es el todo o nada, es la caza o la renuncia a uno mismo. Brigitte con ojos húmedos, con las mejillas coloradas, no se rinde a la servidumbre del trampero, y con una sutil sonrisa finaliza su desafío, que nos hiere como un látigo.
Pasamos a otra escena.
3 comentarios:
Oh la la
Suscribo ese Oh la la, pero yo preciso que me refiero más a su forma de escribir. Me ha encantado :)
Claro, a los parroquianos les ocurrió, aquella tarde del mambo, un hecho transcendental altamente improbable. El impacto debió de ser tremendo. Quizá vislumbraron algunas oportunidades, quizá presintieron multitud de incertidumbres.
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