Cuando sus numerosos pretendientes se acercaban a Jeanne Antoinette, ella, la que después fuera favorita del rey, los esquivaba con una risilla graciosa replicando que “únicamente el rey podría hacerla faltar a sus deberes de casada”. Y así fue para la dama que había sido educada con la perspectiva de convertirse en la amante del monarca.
Quienes la trataron la describían como “una mujer más alta que lo corriente, ágil, elegante y delgada. Su rostro formaba un ovalo perfecto. Sus cabellos eran más bien castaños que rubios, y las cejas del mismo color. La nariz, muy correcta; la boca, encantadora; blanquísimos los dientes, y la sonrisa, muy dulce; la piel más fina del mundo daba a sus facciones un insuperable esplendor. Los ojos ejercían una fascinación singular, acaso porque su color era cambiante, y sus variables matices les permitían expresar los distintos estados del alma. La expresión de su fisonomía se transformaba hasta el infinito, pero en su conjunto no se apreciaba jamás una nota estridente. Era muy dueña de sí; parecía personificar un modelo que representara el último grado de la elegancia y el primero de la nobleza. Una inteligencia maravillosa y una educación profunda hacían de ella la mujer más extraordinaria de su tiempo”.
También se decía que era una maravillosa conversadora y a su salón acudía lo más florido del mundo aristocrático y artístico del Paris dieciochesco, convirtiéndose la anfitriona en protectora de escritores y de los ilustrados de la enciclopedia.
Pero su ambición era convertirse la “maitresse en titre” y para tal fin usó de todas sus artes y ardides. Ayudada por su primo Binet, ayudante de cámara de Luis XV, se presentaba de improviso en las cacerías reales luciendo atuendos de lo más misterioso, o en Carnaval, envuelta en trajes de fantasía.
Incluso tras su entrada en Versalles, donde vivió entre 1745 y 1751, se cuenta que no había invención que no pusiera en práctica para mantener el interés del rey hacia ella. Cuando la pasión parecía adormilarse, la ya por entonces ‘marquesa de Pompadour’ se disfrazaba de coqueta campesina, interpretaba a las protagonistas de las obras de Molière u organizaba extravagantes orgías para sorprender a su amante.
La misma reina se acomodó a la situación, aceptando que “si es necesario que haya una amante prefiero a
Así fue la vida de la plebeya que todo lo tuvo, gracias a su implacable voluntad. Cuando su aspecto físico se vio deteriorado tras la muerte de su única hija Alejandrina, y el rey pareció relegarla, se dedicó a surtir de jóvenes amantes al rey, y organizar sus citas, de tal modo que nunca se aburriera con la misma mujer por una excesivamente prolongada compañía. Mientras,
Sus aventuras la llevaron a vivir experiencias truculentas, como en una ocasión en que, acompañada del Conde de Saint-Germain, célebre brujo y nigromante, fue espectadora de una misa negra en las catacumbas de Paris, que fue interrumpida por las fuerzas policiales. Pero de aquello… no queda rastro alguno.
La que había simbolizado el esplendor de una era, previendo su fin, y contagiada de tuberculosis, se quiso enterrada sin ceremonia en la cripta de
6 comentarios:
Gracias. Ha sido un viaje fascinante.
Esta marquesa, hoy día, sería inalcanzable para cualquier rey salvo, quizá, un jeque aburrido y derrochador o un senador yanqui con expectativas, o un militarote sudamericano, con canas, dentadura perfecta y una melodiosa prosopopeya, esto menos probable. Se enamoraría de alguna estrella de cine o de rock, o quizá de algún empresario venido del frío.
Gracias, también.
Es símbolo de intrascendencia y vanidad, pero me habría encantado verla en su esplendor.
Saludos
Un placer el leerla, siempre.
De sólo imaginarme el exquisito olor que debía tener su intimidad ....
Por eso sólo, por ella sola, hubiera valido la pena ser rey!!
demasiado fru,fru y al ver su belleza no me extraña que la corte la envidiara .
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