Jirones de espectros que se confunden con el movimiento de las cortinas, cabezas decapitadas aún burbujeantes de sangre fresca, gemidos y chirridos metálicos bajo la colcha. El pueblo no se alimenta sólo de Pan y Circo, o de
Agustín Pérez Zaragoza, escritor de oficio nómada, cuyos intereses se movían a la par que los vaivenes de la sociedad que le fue impuesta, no ignoraba los atractivos de tal espectáculo, y siendo un maestro de la impostura, no tardó en hacerse un nombre a partir de la violencia de masacres y sangrías que fue recuperando de diversas fuentes literarias, francesas e italianas en su mayoría. Y cómo lo mismo redactaba un tratado contra los jesuitas, como un compendio filosófico moral o un manual de cocina, no le fue difícil desarrollar esta nueva disciplina al truhán. Y se dedicó a esta literatura con harto entusiasmo, por tal motivo se le conoce como uno de los escasos representantes de la novela gótica en nuestro país, gracias a la asimilación de las novelas de Ann Radcliffe y otros (por cierto, que el mismo alude a la novelista como Rosdeliff, en un alarde de sus amplios conocimientos culturales).
Del Romanticismo puro y más hiperbólico en el tratamiento de sus ‘topos’ surge como ‘rara avis’ la “Galería Fúnebre de Espectros y Sombras Ensangrentadas” en la primera mitad del siglo XIX, y se convierte en uno de los libros más leídos de su época. Sus relatos truculentos que incluyen amenazadoras cabezas decapitadas, venenos y horcas son consumidos con afición por una población ávida de sensaciones extremas. Los bocados tremebundos de Pérez Zaragoza se convierten en la distracción predilecta de las multitudes, que ven en esta recopilación cómo un discurrimiento sobre la vida y las virtudes de los hombres.
Ésta es la intención que el autor deja clara en su prólogo a la obra. Y además Pérez Zaragoza decide ampararse en la figura de la reina regente, María Cristina de Borbón, al permitirse el dedicarle la edición. En el mencionado prólogo que sirve para presentar excusas, justifica el recurrir a episodios tan sangrientos y funestos de la historia como medio para prevenir de los pecados a las almas sensibles. Se figura el escritor a una joven, inquieta en el lecho nocturno, que tras la lectura de la obra cree ver espíritus en lugar de sombras y que, aterrorizada, acaba despertando a gritos a los miembros de su familia.
Por la “Galería Fúnebre” pasa la procesión más infame de criminales, los que cometieron los crímenes más abyectos e inexcusables. Los delitos más horrendos minuciosamente relatados, para que el lector no pierda detalle de las violaciones y homicidios:
“El carruaje avanzaba lentamente, y esta lentitud le asemejaba a un convoy fúnebre. Miladi fue la primera que percibió por entre la espesura de las sombras pasar detrás del tronco de un árbol un hombre agachado, que, con unas pistolas y un trabuco bajo del brazo, parecía ponerse de acuerdo con otro escondido detrás de un árbol. Entonces ya no pudo menos de estremecerse Miladi, y, hallando una mano de Clarisa, la apretó temblando, aunque involuntariamente. “¿Qué tenéis, madre mía?, exclamó al momento, ¿habéis visto los asesinos?...”
“No, respondió Miladi, disimulando lo mejor que pudo su turbación. Es que las ruedas han hecho un movimiento, y no he podido evitar el susto.” Durante esta fingida contestación, Clarisa vio también sobre un arbolillo cargado de nieve la refracción de la sombra de un hombre que parecía tomar sus disposiciones; y por una delicadeza filial, Clarisa, temiendo también afectar a su madre, la imitó en el disimulo; sin embargo no pudo menos de decir a Miladi que deberían sin duda llegar ya al punto peligroso que había indicado el maestro de postas. El mesón quedaba ya unos cien pasos atrás, y no se veía más al través de los árboles que una luz que parecía en sus movimientos de inteligencia con el crimen. En fin, el peligro no es sino muy cierto. Los criados que iban en el pescante y trasera del coche, espantados a la repentina aparición de esta cuadrilla de malvados que simultáneamente van cayendo sobre ellos, empiezan a gritar y descargan sus pistolas contra ellos. Al punto se oye el silbato avisando a la otra banda de retaguardia, para que acuda al mismo tiempo. Los postillones caen a trabucazos al suelo, los criados son heridos igualmente, y todos quedan al momento en tierra con un diluvio de balas que descargan sobre ellos tantos asesinos en tropel, y, después, con los puñales acabaron de degollarlos, despreciando sus suplicas y clamores…
¡A vosotras, ángeles celestes, es a quienes yo debo ahora consagrar toda la energía y toda la sensibilidad de mi pluma, para pintar vuestra triste y horrorosa situación, vuestras mortales angustias y vuestros penetrantes gritos y clamores en medio de este teatro de carnicería y de dolor!!!! ¿Qué lector no quisiera poder obrar un milagro en vuestro favor y sacaros de ese abismo? Mas ya son inútiles sus votos, y es preciso llorar vuestra pérdida: está jurada, y Dios sólo puede evitarla.
Clarisa, desmelenada, desatinada y sofocada por su dolor, había enlazado sus brazos a la cintura de su tierna madre, y con los ojos elevados al cielo no le pedía más que el favor de morir antes que esta madre adorada. Miladi, por su parte, reuniendo todas sus fuerzas para tratar de salvar aún a su hija en medio de este desastre, la cubría con su cuerpo, y con el seno apoyado sobre el de ella no permitía la entrada al acero de los homicidas.
El bárbaro Bristol fue quien, con la mayor ferocidad e inhumana acción, sumergió un largo puñal en el vacío de la ilustre viajera, y arrancando de sus brazos desfallecidos a la infeliz Clarisa enteramente accidentada, la mandó llevar a la cueva o cementerio, lugar de despojos y sepultura de las innumerables victimas del bosque. Un hachón clavado en tierra era lo que alumbraba aquella horrible mansión: allí es donde se halla ya sumergida la beldad más interesante…, y su lecho, el sitio donde se encuentra aquella inocente criatura expirante, no es más que un cúmulo infectado de cadáveres mutilados y denegridos por la muerte… Mas cesa, lector mío, de afligirte: Clarisa nada tiene ya que temer, Clarisa duerme en el sueño eterno, en el sueño de los ángeles. Dios la ha dado alas, y, saliendo de las bóvedas tenebrosas de esta cueva de asesinos, se halla ya entre las divinidades del martirio; para colmo de su felicidad, ha vuelto a ver a su adorada madre para estrecharla otra vez en sus brazos y no separarse jamás.
Bristol, al ver tales atractivos, sintió en corazón delincuente un impulso criminal causado por la hermosura de Clarisa: trata de volverla a la vida, y es en vano le adviertan los demás forajidos que no se debía dejar existir a ninguno, que ésta era la orden que él mismo había dado. Bristol insiste en el designio de hacer salir a Clarisa de aquel sueño eterno, que cree no ser más que un fuerte accidente… Después añadió otros crímenes… Mas, ¿para que horrorizar más a nuestros lectores? Este monstruo tuvo la barbarie de abrazar a la misma muerte…, pero el alma inocente de Clarisa subió virgen a los cielos, por mas que su cadáver fuese profanado por los más horrorosos reptiles...”
3 comentarios:
puestos a elegir, casi mejor no haber subido virgen y sufrir un poco menos al final
Recuerdo que ese libro, por alguna razón, lo tenían en la biblioteca de mi facultad y lo saqué en lugar de otros volúmenes más provechosos para mis estudios. Quizá no era una literatura de calidad excelsa, pero, puesta en el contexto de lo que nos enseñan los libros de texto sobre la escritura de entonces, la vi como una gamberrada muy reivindicable. Aunque lo que más grabado se me quedó de él fue el título de uno de los cuentos, algo así como "La princesa de Lipno, o el retrete del placer criminal". Ya sé que por aquel entonces el significado de "retrete" era un poco distinto, pero eso no le roba un ápice de impacto al asunto.
hacia tiempo que no me partía de risa con un trozo de texto...es la..
Lo tengo que encontrar como sea
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