jueves, noviembre 17, 2005

La rosa de Sarón



Largos cabellos se enredaban en la superficie del agua, en mi cuello, se ataban a mis muñecas. Los contornos fluctuaban, se desdoblaban en flujos de mareas amatorias. Las manecillas allí sepultadas se ondulaban del revés, derritiéndose. Se hacían tan evidentes sus bordes dentados que me dolía el objeto incluso cerrando los ojos. Se incrustaba en mi frente dejando la marca de la eucaristía.
Algo se perdía. Se pierde todo aquello que no se entrega. No el tiempo, que puede manejarse en ocasiones, sino los rodeos. El hecho de pasar varias veces por el mismo sitio, sabiendo que de nuevo el extravío te acerca al mismo lugar agreste. Y las manos misericordiosas no portan el agua de salmos que apuñalan y curan, no. El agua de salmos en el hueco de sus manos para callar la sed. Son rosas. Rosas que se atropellan en mi boca, dulces se atascan en mi garganta, surgen de la nada y se derraman en cascada de mis labios. Rojo y espinas y más marcas y el ahogo de las flores asfixiante.
Volvería allí dos veces más, donde las oscuras aguas y las madejas de cabellos serpenteando entre algas. Los cómplices no entendían el porqué del silencio ante las agujas. Era hermética. Ni preguntaban. Me escapaba en tentáculos de posibles preguntas, de cualquier contacto viscoso. Sólo su mano que levanta a los tullidos. Puedo ver, a través del agua verdeada la llama del sagrado corazón sepultándome en cada tirón que me inflige. En el reloj que marca el tiempo, el dolor que nos quedaba, que adivinaba las buenas nuevas, que se perdía en la efigie de mármol.
Pude caminar sobre las aguas opacas, ahítas de enfermedades, pero el monstruo rugió, y su lomo derramó espuma blanca. Aléjate, pensaba, todavía eres inmune a esos venenos, está la piel de floraciones de metal desplegándose sobre los poros abiertos, extendiéndose en líquenes y oxidaciones.
Pero el agua sigue atrayéndome en sueños en blanco y negro, austeros, en antiguas aulas anegadas, violadas en líneas perpendiculares de gruesa cadena. Tengo sed eterna, y quiero beber. Más. Y sentir aquello que me compone y me vence.

¡Si lo terreno acaba, en suma,
cielo e infierno,
y nuestras vidas son la espuma
de un mar eterno!

Lavemos bien de nuestra veste
la amarga prosa;
soñemos en una celeste,
mística rosa.

Cojamos la flor del instante;
¡la melodía
de la mágica alondra cante
la miel del día!

Amor a su fiesta convida
y nos corona.
Todos tenemos en la vida
nuestra Verona.

Aun en la hora crepuscular
canta una voz:
"¡Ruth, risueña, viene a espigar
para Booz!"

Mas coged la flor del instante,
cuando en Oriente
nace el alba para el fragante
adolescente.

¡Oh! Niño que con Eros juegas,
niños lozanos,
danzad como las ninfas griegas
y los silvanos.

El viejo tiempo todo roe
y va de prisa;
sabed vencerle, Cintia, Cloe
y Cidalisa.

Trocad por rosas, azahares,
que suena el són
de aquel Cantar de los Cantares
de Salomón.

Rubén Darío – Poema de Otoño (fragmento)

3 comentarios:

Anónimo dijo...

" Yo soy la rosa de Sarón y el lirio de los valles." Cantar de los Cantares 2:1

Me encantan tus textos: sagrados, carnales, siempre en trasnformación . . .

Nicho dijo...

Menuda prosa, Aura.

Drew sigue espléndida (mística rosa).

Agua, cabellos, rodeos, los dichosos rodeos...

ayn dijo...

...si escribes, si dejas que tus manos se unan al papel con el sexo de las letras, me siento cabalgar a lomos te cuerpo, surcando sentiminetos y neuronas derramadas.
El único pecado, que nos los sirves con cuenta-gotas.

Escribe maldita!!!