miércoles, septiembre 24, 2008

They Are Playing Piano

¿Qué escupen desde sus patitas resinosas? Altas como minaretes. Lanzan efluvios. No consiguen venderme excepto sus telas más raídas, consumidas al no haber sido tocadas nunca. Se apartan aireadas, con el gesto de disgusto, incapaces de trepar más allá de sus labios.

¿Qué destilan? ¿Flaqueza? Aromas que se pierden al chocar contra la débil luz de gas del callejón. Desidia. Languidecen embebidas de sirope. Aquel perro no las muerde. Olisquea las turbias hierbas del hoyo. Y las once mil lúcidas caminarán solemnes, alzando el cirio convaleciente, hacia el puente colgante.

Me miráis. Desde la frescura que arropa el parasol tornasolado. Vosotras, mis… Albertine. Vuestra cadencia me deshace. Y os agacháis con miedo las más feroces raposas. Aunque inánimes. Como si no hubieseis levantado el cuchillo antes, cuando la rueda del molino se detuvo unos segundos.

Colocáis manecillas suizas cuando miráis, muchachas a la sombra. Nadie más parece veros. Estirándoos en abrazos clandestinos de instituto. No me han cegado los destellos de vuestros mitones blancos. No os vi tendidas entre sábanas y enaguas, remojando a los conejos con vuestras salpicaduras. Y en cambio ya sabía algo de todo lo que os cuento antes de asomarme a aquella ventana, al ver a aquellas dos personas en la habitación, una de ellas al piano…


Os dejé caer, mientras medio enterrada en la tierra húmeda contaba los roces sonrosados. Nadie más miraba. Aquellos velos y aquellas varillas oxidadas me enloquecían. Era el eco de los antiguos dormitorios. De los relatos eucarísticos. De las novelillas que regalaban los verdugos mientras uno se hallaba en clausura. A nadie hacia mal. Todos comprendían. El picor que se instalaba en la rodilla y que me obligaba a hacerla sangrar.


Mas si no pasa, ya pasó tal vez. El hechizo se desvanece. Aquella gota en su nuca todavía gritaba, pero nada. Ellas tenían ojos sin párpados. Pronto serían de mineral y tierras yermas. Y el gallo cantaría siete veces.



lunes, septiembre 22, 2008

Les Fruits de la Passion (1981)

Protagonizada por Klaus Kinski y la delicada presencia de Isabelle Illiers como “O”, estos “Frutos de la Pasión” están basados en la continuación que hizo Pauline Réage a “Historia de O”, un clásico del erotismo escrito por esta apocada francesa (cuyo verdadero nombre era Anne Desclos), dedicado a su amante secreto.


Les Fruits de la Passion” es un melodrama erótico ambientado en el Hong Kong de los años 20. Kinski, un europeo decadente con negocios en la ciudad, envía a su mujer a un burdel para profundizar en su amor física y espiritualmente. El tema de la sumisión, del sufrimiento y la ofensa que aparecían en la cinta de 1975 son retomados aquí, en cuyo burdel de fantasía se muestran viñetas de tortura, fetichismo y perversiones diversas. “O” debe renunciar a cualquier deseo para amar completamente a Sir Stephen, quien se deleita martirizándola mostrándole como ama también a otra mujer, Nathalie, interpretada por Arielle Dombasle. El trío se rompe cuando un cuarto personaje, un joven que envía flores a la bella encarcelada, se introduce entre la pareja protagonista para hacer suya a “O”.


La historia se pierde entre delirios surrealistas y objetos que invocan un simbolismo catártico. Hay más en las estampas vivas que protagonizan cada escena que en el análisis del film. “Les Fruits de la Passion” está pensada para perderse en sus decorados pictóricos y en sus evocativas imágenes, en el contraste colorista del burdel y las localizaciones exteriores de tonos terrosos. Terayama, también guionista del film, le da más importancia al detalle de un loro en una jaula, a una palangana, a un piano que emerge del agua, a animales pintados en las paredes o a la desnudez de “O” que a la trama o a los diálogos.


El protagonismo está en los filtros de color, que enfatizan la mirada extraviada de Kinski, en los matices brillantes, en las ropas y los maquillajes extremos, y le da a cada imagen una cualidad pictórica, tanto que podemos detener el visionado y en una captura encontrar decenas de detalles en los ángulos de la pantalla que están ahí, como caídos del cielo, esperando a ser descubiertos.



miércoles, septiembre 17, 2008

Sobre Beau Satan de Fonthill y Kitty

Ni en su propia época, ni en los retratos que permanecen, ni siquiera si hubiéramos podido asomarnos a las cálidas entrañas. No es sencillo distinguirlos. Bajo los roces del pincel del célebre pintor de cámara George Romney ambos comparten esa mezcla de indulgencia, desapego involuntario y un fruncimiento de labios, sutil, caprichoso, que señala a los pequeños tiranos, a los príncipes malditos, a los bellos Diablos.

De William Beckford no podría hablar más que a través de pequeños episodios. No me atrevería a más. Vathek es suficiente testimonio, una herencia ilegitima legada a los que se consideran sanguíneos. Vivientes.

Pero me desvío…


Cuando William Beckford conoció a su homónimo, William Courtenay, apodado Kitty por su cohorte de amantes hermanas y descendiente de tres emperadores de Bizancio, como no podía ser de otra forma, se enamoró apasionadamente del muchacho. Una pasión febril que le portaba de la imagen adorada al espejo, del reflejo de los hermosísimos ojos lánguidos a unas pestañas idénticas.


El parecido, como decía antes, era asombroso. Aún con la diferencia de siete años. Para Beckford, Kitty se convirtió en el gemelo inasequible, en la obra maestra perfecta, en el ideal traicionero que podía deshacerse de sí mismo si lo deseaba. El lejano paraíso. La locura ansiada.

Una noche, Beckford se encuentra bajo su mismo techo y aporrea la puerta del chiquillo rogándole que le deje entrar. La puerta no se abre. Kitty se esconde bajo las sábanas. El hechizo nunca se materializará. Beckford escapa.

Me resulta un prodigio. Tal y como resultó todo. Y creo que era esto lo que quería explicarles.


***


He recordado que ayer cumplió años mi querido amigo Mantícora y quería felicitarle.


domingo, septiembre 14, 2008

Georges Rodenbach. “Brujas, La Muerta”


Si el personaje romántico se caracteriza, entre otras cosas, por la mimetización con su entorno natural, y por ende de su entorno con él, en Georges Rodenbach (1855-1898) podríamos decir, no sólo que su pensamiento intima con el tardío romanticismo alemán, sino incluso que lo sublima y lo exacerba hasta el punto que la ciudad, la mujer y el protagonista mismo se igualan a la muerte en un proceso de identificación progresivo y ansiado.

Se cuenta sobre el escritor que en el año 1898 padeció una enfermedad que sabía que le conduciría a la muerte, y que, conocedor de su destino, y asumiéndolo como irrevocable, se recreó en su sufrimiento al igual que si se tratara de un florecimiento: el perfeccionamiento de su propia ruina.

Como Georges Rodenbach, Hughes Viane, el héroe, es un voluptuoso moribundo que se extasía en la eternidad de su luto, y cualesquiera que sean sus experiencias, son vividas con el aguijón punzante de la certeza de lo que se ha perdido, de lo que fenece en cada instante, de lo que ha de morir.

Y “Brujas, la muerta” se dibuja como un enorme mosaico que refleja los destellos que lanza la Muerta. Simbólica desde la elección y la voluntad más profunda, la novela se puebla de canales desolados, cisnes y campanas fúnebres, mientras la trenza rubia de la muerta, como reliquia, reposa en un ataúd de cristal, portando con ella la fatalidad del amor que busca el extremo perverso.

Cuando había que descolocar algo para quitar el polvo, ese bibelot precioso, aquellos objetos de la muerta, un cojín, una cortina que ella misma había tejido, quería hacerlo él mismo. Parecía como si sus dedos estuviesen aún sobre todos aquellos muebles intactos y siempre iguales: sofás, divanes, sillones donde ella se había sentado, y que conservaban, por así decirlo, la forma de su cuerpo. Las cortinas mostraban los pliegues eternizados que ella les había dado. Y en los espejos parecía como si hubiese que rozar delicadamente con telas y esponjas la clara superficie para no borrar su cara, que dormía en el fondo. También quería asegurarse de que no se causase el menor daño a los retratos de la pobre muerta, en los que aparecía en sus diferentes edades y que se encontraban diseminados por todas partes: sobre la chimenea, veladores y paredes; y sobre todo –su pérdida le habría roto el alma entera- el tesoro conservado de su cabellera íntegra, que no había querido encerrar en el cajón de ninguna cómoda, ni en ningún oscuro estuche -¡habría sido como sepultar la cabellera en una tumba!-. Había preferido, puesto que permanecía viva y eternamente dorada, dejarla expuesta y visible, como una muestra de la inmortalidad que su amor encerraba.

Para poder contemplar en todo momento en el gran salón inmutable aquella cabellera que seguía siendo Ella, la había colocado sobre el piano, mudo desde entonces, donde yacía, ¡trenza interrumpida, cadena rota, cable salvado del naufragio! Y para protegerla de la contaminación, del aire húmedo que habría podido desteñirla u oxidar su metal, había concebido la idea, ingenua si ni fuera porque resultaba conmovedora, de ponerla bajo un cristal, joyero transparente, cofre de cristal donde reposaba la trenza desnuda a la que cada día iba a rendir culto


jueves, septiembre 11, 2008

Festival Of The Gnomes – Prince Di Candriano. A Ballet Fantasy orchestred by Les Baxter


El primer Príncipe de los Candriano, Camillo Ruspoli, fue nacido en Roma en 1882, y dedicó sus años de mocedad a servir en el ejército. En aquellos tiempos gloriosos para su linaje fue condecorado por su bravura en la Primera Guerra Mundial y estuvo dentro del Parlamento Italiano. Pero cuando cruzaba la intimidad del refugio familiar el príncipe era un hombre con otra pasión febril: la música.

Su esposa, Maria Margherita dei Baroni Blanc, explicó poco después de que en Atlanta se entusiasmaran por las composiciones de su marido y estrenaran el ballet que nos ocupa, que el Príncipe dedicaba en secreto sus obras a una música maravillosa que ayudaría a difundir una nueva comprensión y respeto hacia su patria.

El caso es que nunca deseó que sus obras traspasaran las paredes de su residencia. Una vez, escuchando con su mujer una polonesa de Chopin interpretada con ritmo de conga en un baile, se disgustó y le hizo prometer que nunca le ocurriría algo así a su música. Pero cuando Maria Margherita enviudó, en su exilio en la Habana y viviendo en una hacienda cuya plantación contaba con más de 500 acres de naranjos, decidió viajar al sur de Estados Unidos para colaborar en el estreno de la fantasía musical “Festival Of The Gnomes”, en la que se incluían algunas composiciones del Príncipe de Candriano.

Capitol distribuyó el album con la música de Candriano, con arreglos orquestales de Les Baxter. La fantasía musical constaba de una serie de poemas del Príncipe, adaptados para ballet, sobre una fiesta nocturna en la entrada de una gruta, con un grupo de gnomos festejando su única salida anual de las profundidades de la tierra. La portada así lo ilustra.

Fue una de las cosas que me llamó la atención del vinilo. Después leí la parte trasera del disco, con la historia sobre el Príncipe y una dedicatoria en italiano escrita a bolígrafo de la Principesse di Candriano.

Esta intimidad inesperada con la figura de Maria Marguerita fue más allá de aquella caligrafía desusada. Dentro del album encontré un recorte de periódico amarillento y una carta mecanografiada, de un papel finísimo y con membrete del escudo de los Candriano. La carta estaba fechada el 5 de abril de 1953, remitida desde Alturas de Almendares, Habana, para el señor Reynold Negri, de “Bob Music’s Shop” de Atlanta. Era un mensaje de agradecimiento de la princesa, en el que comentaba su anterior visita a la ciudad, y su entusiasmo en la espera del estreno del ballet. También aprovechaba la epístola para dedicar aquel album al señor Reynolds y ofrecerse para firmar discos durante su próxima estancia en Atlanta.



También había un recorte de periódico de un diario local, con el titular: “Italian Princess Is Here”, ilustrado con una foto de la Princesa de Candriano durante su estancia en la ciudad sureña, sentada al piano junto a la coreógrafa del ballet, Dorothy Alexander. Aquella página deduje que debió haberla guardado el mismo Reynolds al recibir el disco, junto con la carta de la princesa. Y desde entonces, desde 1953, había llegado a mis manos, impoluta. Tal vez trasladándome el cometido de reproducir la música del Príncipe fuera de mí, con el mismo respeto con que él la había obtenido.


Espero que sea de su agrado



lunes, septiembre 08, 2008

La Belle Excentrique

Aunque me explique, la ambigüedad se resiste como el pez atrapado en la refulgente red de coral. Aunque me considere harto primitiva e incauta. Tal vez precisamente por eso. Una suerte de espejo engañoso que muestra el reflejo segundos después de asomarse a él. Un breve lapso de tiempo… el suficiente para que nazca la confusión.

En la corta evasión se marchitan las hierbas. Tan sólo quería ofrecerlas al hocico de los lepóridos color nieve, mimarlos, antes de que cualquiera los sacrifique. Llenarme los brazos con sus copos lanudos. Enredar los rizos de oro con sus patas. Salvarlos.

Pero el polvo cubre la taracea de los muebles. El hábito de caballero es ahora mi luto. Y dejo correr los disparates, las grandes verdades y las quimeras por las columnas de la cama. Porque he perdido los privilegios. Nunca más seré inmortal. Ni los míos. Y mi guardia será siempre velar porque continúen colgando las arañas cenicientas de los rincones, lanzándonos flores veladas que hilaremos al son de las lejanas trompetas.

Conservar las formas de aquella calle, de aquel paseo vespertino, retener el pavor de la farola enterrada por las ramas. Padre, ¿dónde estábamos? Acaso en la patria. ¿En el momento que hacía de eje de nuestras pequeñas vidas? Un instante que no habrá de morir.

El clamor de las teclas, el batir de las cortinas, el balanceo de aquellas viejas locas asomadas al jardín nocturno, arropadas con sus chales y supersticiones. Todo nos ronda. Aquí. Hace veinticuatro años. El próximo mes de marzo.

Tal vez.

Y sin saber cuanto ha durado.


Un Cordial Saludo