miércoles, marzo 18, 2009

Hans Christian Andersen: muerto sólo en apariencia

La única ambición de Andersen era la de convertirse en Digter, es decir, en escritor tenido en la más alta estima. A tal fin, escribió poemas, obras teatrales, novelas, libros de viajes y cuentos de hadas. Y como saben, fueron estos últimos – fruslerías, como él los llamaba- los que le permitieron alcanzar renombre mundial.

Se dice de Andersen que era un hombre alto y frágil, de cabello castaño, con unos pequeños ojos azules y una afilada nariz que dominaba todo su rostro. Sus brazos y sus piernas resultaban desproporcionadamente largos en comparación con su cuerpo, y sus pies eran gigantescos. Por la calle, los desconocidos se detenían y le señalaban con el dedo, llamándole ‘cigüeña’ y ‘farola’.

Cuando estaba de buenas, Andersen podía mostrarse sencillo, sincero, cariñoso e ingenioso. Cuando estaba de malas, alimentaba su fama de ser un autor presumido, irritable, pretencioso y terriblemente excéntrico. Sus ataques de depresión y sus tendencias hipocondríacas eran el producto de sus muchas fobias. Le aterraba tanto la posibilidad de morir en un incendio que, cuando viajaba, llevaba siempre una bata en la maleta para el caso de que se viera obligado a huir a un lugar seguro. Aterrorizado ante la posibilidad de que le enterraran vivo, pidió a sus amigos que le cortaran una arteria antes de introducirle en un ataúd. Ante cualquier indisposición, solía dejar una nota encima de su mesilla de noche en la que decía: “Estoy muerto sólo en apariencia”.


1 comentario:

Cecil B. Demente dijo...

Curiosa esa obsesión por un entierro prematuro, me recuerda esa fantástica película de Ray Milland, Corman y Poe.